Microrrelato Z: Voy a abrir la Puerta
Los golpes en la puerta y en las ventanas se han convertido ya en la música habitual. No tenemos más esperanza que aguardar a ir muriendo uno tras otro, quien resista más, que entierre al resto en el suelo del sótano que papá y yo levantamos cuando los cuerpos del abuelo y de Juan, mi hermano, empezaron a oler. Al principio nos estaban matando los propios muertos, qué locura, mamá jamás volvió del mercado y de Ruth, mi hermana, hace semanas que no sabemos nada. Entablillamos puertas y ventanas por dentro para evitar verles la cara. Sus ojos como idos, de mirada perdida y demente, y sus encías, hinchadas y sangrantes, que deforman sus bocas en una mueca de hambre irracional. Su piel putrefacta infectada por llagas purulentas. Sabemos que no podrán entrar, aunque son muchos, no tienen la fuerza necesaria para forzar ninguna entrada, se limitan a chocar, día tras noche, noche tras día, chocar sin descanso, sus gruñidos se clavan en mi mente, aún escucho los gritos de la gente cuando cierro los ojos.
Pero ahora nos mata el hambre. Padre ha decidido que debemos comernos a Juan, yo no estoy de acuerdo. No porque sea mi hermano sino porque su carne ya estaba podrida antes de que lo lleváramos abajo. Dice que nos debe dar igual, es comer carne infecta o morir de inanición. Yo prefiero abrir la puerta. No nos quedan latas, ni cereales. Cuando cayó la central eléctrica se acabaron los suministros de luz y de agua. Todo está muerto, podrido. Vamos a morir, pero yo no puedo matar a mi padre y él dice no tener el valor de matar a su hijo. Por eso voy a abrir la puerta. No tenemos armas en casa. Correré, si consigo distraerlos mi padre podrá huir y buscar comida. Voy a abrir la puerta. Voy a…
Las manos me agarran por el cuello y me dan la vuelta, mi padre ha tenido la misma idea que yo pero ha fallado. Su cuerpo se convulsiona en el umbral a medio metro del suelo, objeto de disputa entre dos muertos hambrientos. Las criaturas han entrado, me tienen, huelo la podredumbre en sus gargantas, los restos de carne que cuelgan de sus molares. Las manos me levantan y veo a mi madre, y a Ruth, apenas las reconozco, hacen cola para repartirse mis entrañas. Al menos sé que tras el dolor podré reunirme con ellas. Porque volveré, todos lo hacen. Y la carne podrida del abuelo y de Juan dejará de ser un problema.
Relato publicado en la Antología de Microrrelatos "Para abrir el apetito", de la asociación Nocte.
2 comentarios:
Muy bueno :)
Parece mentira como en tan pocas lineas eres capaz de ponernos la piel de gallina.
Buen trabajo, como casi siempre ;)
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