Letras de Sangre. 'Un Rastro de Sirena'.
Aún recuerdo la primera vez que leí uno de estos cuentos magníficos de José Luis Correa sobre la figura del legendario Ricardo Blanco. Tengo aquel 'Quince días de noviembre' tan presente y a su autor en tanta envidia, que no sé muy bien si afrontar la reseña de 'Un rastro de sirena' desde el cariño o desde la frialdad.
Muchas veces dejamos a un lado lo que tenemos más cerca y luego, cuando echas la vista atrás y pretendes recuperarlo es cuando ves que ha pasado de largo. Y yo tuve tanto tiempo para leer la obra de mi entonces profesor, que cuando encontré al fin a Ricardo Blanco, José Luis Correa hacía tiempo que se me había escapado.
Muchas veces dejamos a un lado lo que tenemos más cerca y luego, cuando echas la vista atrás y pretendes recuperarlo es cuando ves que ha pasado de largo. Y yo tuve tanto tiempo para leer la obra de mi entonces profesor, que cuando encontré al fin a Ricardo Blanco, José Luis Correa hacía tiempo que se me había escapado.
Tengo presente la saga de Ricardo Blanco - que se completa, hasta ahora, con 'Muerte en abril' y 'Muerte de un violinista', porque cuando abrí sus páginas, encontrándome muy, muy lejos de la novela negra que podríamos llamar clásica, me di cuenta que la novela negra clásica estaba muy, muy viva y muy, muy guapa, al menos en Canarias.
'Un Rastro de Sirena' no sólo continúa esa senda de vocabulario vivaz, canarión e isletero, y esa prosa a medio camino entre la ironía más cínica y el estilo más depurado. No sólo se lee con tanta diversión como las desventuras, años ha, de Maracha y el pánfilo Camember. No sólo te arranca la sonrisa con sus parrafadas sin pausa, sus diálogos inmiscuídos en el párrafo y sus verdades como puños, sociales y callejeras, disfradas de lenguaje real como la vida misma, que además te presenta un caso policial brutal que te pega de principio a fin a sus páginas.
No sólo pone en tu piel una aventura como si la estuvieras viendo, narrada, descrita y contada al pie de la calle, por un tipo real en una ciudad real con problemas reales, sino que encima te atrapa, te engancha, y te lo pasas de puta madre.
Me leí las tres primeras entregas de la saga policiaca de José Luis Correa como un tiró, en un sólo verano, alucinando por lo mucho que me atraía ese estilo innovador y ese acercamiento a la vida, la gente y la calle canaria. Tal vez pequé de ambicioso y con la tercera el resuello se me iba escapando, llegué a pensar que Ricardo Blanco y yo siempre nos llevaríamos bien, pero que tanta convivencia de sopetón nos iba a acabar distanciando.
Sin embargo 'Un rastro de Sirena', a la que me acerqué con cautela prejuiciosa, ha desbordado mis espectativas, me ha hecho pasar un rato -Correa no va a aburrirnos con seiscientos folios de paja, él sólo va al grano bien decorado- tan entretenido y emocionante como pocos autores han logrado, y además me vuelve a dar una bofetada de maestro -casi padre y consejero para mí en esto de las letras-, al demostrarme que la novela negra clásica, que no, que Pepe no va a permitirlo, no está estancada ni mucho menos.
Y envidio a su autor, como dije al principio, porque daría un brazo por escribir como él, por saber retratar al tipo de la calle con pinturas tan verosímiles, y por saber enlazar unos casos, misterios, trabajos detectivescos que ya quisieran Spade, Marlow y Poirot. Eso sí, al ritmo de Charlie Parker.
Qué gran tipo y qué gran libro, carajo. Que diría Colacho.
Y envidio a su autor, como dije al principio, porque daría un brazo por escribir como él, por saber retratar al tipo de la calle con pinturas tan verosímiles, y por saber enlazar unos casos, misterios, trabajos detectivescos que ya quisieran Spade, Marlow y Poirot. Eso sí, al ritmo de Charlie Parker.
Qué gran tipo y qué gran libro, carajo. Que diría Colacho.
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