domingo, 6 de marzo de 2011
lunes, 29 de noviembre de 2010
El Guardian entre el Centeno.


sábado, 11 de septiembre de 2010
Los Ojos de Dios, nueva novela de Miguel Aguerralde.

Todo parecía normal en Madrid. Ríos de gente fluían por sus calles chocando unos con otros sin levantar la vista del suelo. La mañana era cálida, como correspondía a aquella época del año. El día, sin embargo, resultaba rutinario y aburrido, desesperadamente aburrido. Y, bueno, también estaba lo del eclipse.
[...]
Todo parecía normal, sin embargo, nada lo era. Pronto el pánico comenzará a apoderarse de la ciudad y las calles se habrán convertido en un auténtico campo de batalla. Un nuevo Mesías ha llegado para ejercer su siniestro poder sobre la Tierra. ¿Se atreverá alguien a hacerle frente?
Con esta novela Miguel Aguerralde, autor de Claro de Luna y Noctámbulo, se sumerge en el terrorífico mundo de las sectas, los fanatismos y la aventura de la supervivencia.
Atrévete a descubrirla en
http://www.23escalones.com/
Los Ojos de Dios nace con el sello de la editorial digital 23 Escalones, lo que supone un paso más en el avance del libro electrónico en nuestro país, ahora que por costes y difusión tantas ventajas estamos encontrando a este formato. Sólo espero que os animéis a comprarlo y quizá a comentar qué os ha parecido.
jueves, 19 de agosto de 2010
Vacaciones. A leer.
sábado, 31 de julio de 2010
Letras de Sangre: Shutter Island.


No puedo afirmar que el libro sea mejor ni peor que la película porque mi ánimo no era el de comparar sino el de ampliar información, por lo tanto me queda un regusto amargo porque no he encontrado nada nuevo. Supongo que eso es un punto a favor de Scorsese, que ha sabido crear una adaptación no sólo fiel sino además en algunos puntos superior a esta espléndida novela.

lunes, 26 de julio de 2010
Letras de Sangre: Aquella Biblioteca.
El mapa de todos los tesoros, la llave de todos los secretos, está en una biblioteca.
El primer recuerdo que tengo de una biblioteca no es probablemente de la primera biblioteca en la que estuve. La que recuerdo no es una biblioteca de colegio, ni una estantería en el salón de mis padres, no, la biblioteca que recuerdo era una cueva mágica, más mágica que la de Alí Babá y sus cuarenta ladrones.
Y digo una cueva porque era un sótano, y digo mágica porque contenía tantos tesoros, todos los tesoros del universo, todos los cuentos, misterios e historias que alguna vez alguien había contado. Cómo podía ser que yo no la hubiera encontrado antes.
Siempre había habido libros en mi casa, pero eran “libros de padres”, eran lomos de color y olor a viejo que completaban los muebles, casi ocultos detrás de los portarretratos, estorbando para limpiar el polvo. En el cole nos hacían leer pero, uf, a mi no me apetecía leer porque alguien me lo impusiera, leer así era aburrido. A mi me gustaban los tebeos, mortadelos y zipizapes que mi madre me compraba cuando me portaba bien al visitar al médico. Tendría unos ocho o nueve años.
Nos cambiamos de ciudad y en la nueva encontré, entre paseos en bicicleta en busca de un helado en aquel verano que recuerdo tan caluroso, un edificio gris, feo y rocoso como un bloque gigante de granito, en mitad del parque donde jugaba a esquivar árboles o a dejarme las rodillas contra ellos, según la pericia al manillar que tuviera cada día. Se llamaba Casa de Cultura. Y no sé por qué me dio por entrar.
Había un salón de actos, un teatro enorme, el más grande que jamás había visto, teniendo en cuenta que no había visto ninguno antes, creo yo, pero estaba vacío. Un letrero de color, no sé, puede que amarillo, indicaba que abajo, más allá de la escalera que se perdía tras un rellano en ele, estaba la Biblioteca. ¿Una biblioteca en un sótano? Bajé. Y empujé sus puertas dobles. Y una señora de gafas apenas levantó la vista para mirarme y señalar un cartel pegado a la columna: “En la Biblioteca guarde silencio”.
¡Uau, un lugar dónde no se podía hablar! Sólo leer, hojear, buscar, investigar, elegir entre miles de libros, ¿miles? ¡Millones! ¡No cabía ni uno más! Había tintines y Astérix a montones, había libros más finos y con dibujos, otros más serios pero cuyos títulos me recordaban con fuerza a películas y series de la tele. Tarzanes, islas con tesoro, mosqueteros, viajeros a la luna y hasta al centro de la tierra. Había un rincón de detectives, con sombrero raro y pipa, y también encontré aventuras en países de los que ni conocía el nombre, descubrí monstruos marinos y submarinos, terrestres y voladores.
Había mucho, tanto, que supe enseguida que se necesitaría mucho tiempo para leer todo aquello, y me pregunté si alguna vez alguien lo habría hecho. Supuse que no, claro, que era imposible, pero sin embargo había gente intentándolo. Había muchas mesas como las de mi cole y la mayoría ocupadas. Había hasta niños de mi edad, aunque aún no los conocía porque no había empezado el colegio.
Aquel lugar era increíble, y era todo para mí, para mí cualquier día de la semana, a cualquier hora, gratis y por todo el tiempo que quisiera mientras lo devolviera después en buen estado. ¡Y sólo tenía que sacarme un carné!
Al día siguiente regresé con las fotos y mis datos apuntados en un pedazo de papel que le entregué a la señora de gafas. Recuerdo mis nervios, porque fui solo. Lo primero que firmé en mi vida, fue el carné de la biblioteca.
Casi ha pasado un cuarto de siglo, y no concibo un lugar sin biblioteca. Sin ese espacio para sentarse a escribir, a leer, a hacer los deberes, a compartir los apuntes. Sin ese rincón donde encontrar enciclopedias, diccionarios de todos los idiomas, mapas de todas partes. Sin el testimonio de la historia, de las biografías de personas de las que aprender. No concibo un lugar sin libros al alcance de todos.
Tal vez por haber pasado tanto tiempo entrando y saliendo de una u otra biblioteca, hojeando, tomando y devolviendo libros de cinco en cinco, daba por sentado que era algo a lo que todos, niños y niñas, mayores y pequeños, estudiantes o jubilados, teníamos derecho.
Un pueblo nace y crece por su cultura, y tenemos la suerte de poder guardar la cultura en los libros. Pongamos la cultura en las manos de la gente de Playa Blanca.
Miguel Aguerralde, maestro y escritor.
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lunes, 12 de julio de 2010
Letras de Sangre: Zombi: Guía de Supervivencia, de Max Brooks.

Bien, para empezar esto no es un libro. No lo compréis pensando que váis a leer una novela porque no es así. Zombi: Guía de Supervivencia Zombie es una grandísima sarta de gilipolleces, ordenadas y explicadas a modo de guía o manual de qué hacer en un caso real, con el mismo interés que el libro de instrucciones de un mueble de Ikea.
La cantidad tan apabullante de palabrería, de hipótesis, de chorradas que tenemos que aguantar en Zombi: Guía de Supervivencia es descorazonadora. Es un ¿todavía hay más? ¿De verdad hay tantas posibles armas? ¿De verdad hay tantos sitios donde esconderse? ¿De verdad me quieres enseñar a preparar mi casa y equipar la despensa por si nos atacan los zombies? ¿Paso a paso?

Lo compré en la pasada Feria del Libro sabiendo que era una chorrada pero al menos esperaba leer una chorrada divertida, o si no, que asustara, joder, que entretuviera! Pero nada, páginas y más páginas de estupideces reiterativas y aburridas que me hacen plantearme dónde queda el progreso de la humanidad si este libro se ha vendido como rosquillas y Max Brooks ha recorrido su país dando conferencias multitudinarias ¡para explicar esto!
En fin, no lo leáis, vamos, no lo compréis. Yo en la página 110 ya he empezado a darle para adelante, y al ver que seguía igual... bueno, ahí se queda. Hay quien no deja un libro hasta que lo termina, por malo que sea. ¡Yo no puedo! ¡Con todo lo que tengo por leer y por hacer no le voy a dedicar un segundo a esta pérdida de tiempo!
Eso sí, de Zombi: Guía de Supervivencia me ha calado lo de que en caso de un ataque lo primero que hay que hacer es llenar la bañera para no pasar sed si cortaran el agua. Interesante.